El Acompañamiento Terapéutico como condición de posibilidad

AT- Pablo Lenzi  

Bs As


Tal y como se anticipa en el título del mismo, el presente trabajo propone y sostiene como objetivo principal la reflexión acerca de la naturaleza y las especificidades que presenta el abordaje del acompañamiento terapéutico con niños y adolescentes, como condición de posibilidad.

  Intentando que el mismo sea una creación y no una simple repetición de lo abordado por diferentes autores en lo referente a esta novel práctica clínica. Comenzaré por hacer una breve reseña sobre cómo concibo el rol y la posición del AT, las similitudes y diferencias con la posición del analista, partiendo del marco conceptual del psicoanálisis lacaniano. Para luego, a partir de viñetas clínicas de mi experiencia, esgrimir cómo el acompañamiento terapéutico podría situarse como un movimiento superador a la concepción de este solamente como una “prestación de apoyo”, al intentar dar cuenta de cómo, transferencia y de la posición que ocupe el AT mediante, se pueden producir intervenciones que den lugar o posibiliten el advenimiento de algo novedoso.

 Un tratamiento posible


  El presente escrito pretende hacer una reflexión sobre la experiencia, un movimiento que va desde la clínica a la teoría y, con ello, una posibilidad de poner en palabras ese saber hacer (1) del acompañante terapéutico y en el transcurso de ese camino regrediente, la aparición de un plus irreductible.
  Al momento de dar cuenta de lo que sucede en esta práctica, pienso que es imprescindible reflexionar sobre el rol y la posición que ocupa el AT. Podríamos comenzar preguntándonos: ¿qué es el acompañamiento terapéutico? ¿Cuáles son sus especificidades clínicas? Es en la posición del acompañante y en el despliegue de la transferencia donde centro la respuesta a estos interrogantes.
  El acompañamiento terapéutico se inscribe en un entrecruzamiento de múltiples discursos (médico, psicoanalítico, de la salud mental y otros), si a esto le agregamos la concepción del AT dentro del imaginario social (cuidador, asistente, auxiliar, etc.) hace que se dificulte definir y delimitar estrictamente su rol o su función. Pienso al acompañamiento terapéutico como un tratamiento posible con la fuerza que le da Lacan en el tratamiento de las psicosis, un tratamiento no sin sus dificultades, signado por avances y retrocesos que dependerán del devenir de lo que se va tejiendo con el paciente y el desarrollo del vínculo transferencial con ese sujeto. ¿Cómo se configurará el trabajo? Será siempre caso por caso, sin standards, recetas ni universales, respetando la singularidad. Un tratamiento diferente, apartado del furor sanandi (2) y del asistencialismo, no es por el lado de los ideales de la época, de la moral, ni de la búsqueda apasionada del bien del paciente.

  A su vez podríamos interrogarnos en qué momento y por qué aplicar este dispositivo con un sujeto. Cuando un paciente está atravesando un momento subjetivo particular, un momento de urgencia (momento agudo, florido, con la consecuente aparición de lo sintomático) y el punto donde el analista o los distintos dispositivos por los que el sujeto circula, no alcanzan. Podemos describir esta decisión como una intervención (3) en el sentido analítico del término, una ocasión/un acto que se inscribe en el momento de concluir (4) y con ello la introducción de un Otro (A) como Ley, institucional o equipo tratante, que regule y mediatice entre el sujeto y aquello que se produce en exceso.
  Así, el trabajo del AT se inserta en un trabajo interdisciplinario, en ese sentido el acompañante no está solo, aunque en el momento del encuentro con el paciente en la cotidianeidad, deberá saber hacer (lo que tiene que ver más con el hacer que con el pensar (5) particular y singularmente en cada caso, lo que lo convoca allí.
  

Saber hacer, desde el lugar del semblant


  En principio, el lugar del AT es un lugar de oferta y en esto se asemeja a la posición del analista, un lugar vaciado de sujeto, donde el sujeto en esa situación de dos, es el partenaire. A diferencia de la situación analítica, el AT no es convocado allí para interpretar, pero sí a prestar su escucha, su presencia y trabajar de alguna manera con el material que va surgiendo, a nivel operativo.

  Al igual que en la situación analítica, creo imprescindible contar con un diagnostico (presuntivo), a partir de recortar ciertos significantes y fenómenos, para saber cómo posicionarse a nivel transferencial. A su vez, considero que algunos conceptos fundamentales de la clínica psicoanalítica pueden ser operativos en la situación del AT, con sus diferencias y salvedades, plantear una equivalencia entre estas dos clínicas sería un forzamiento y un abuso.
  El AT es una oferta de lazo, donde se brinda un lugar deseante, que lo cobije, lo aloje y lo habite al mismo tiempo, condiciones para el surgimiento de la subjetividad en ese encuentro entre dos; como le gustaba decir a Lacan: “He logrado en suma lo que en el campo del comercio ordinario quisieran lograr tan fácilmente: con oferta, he creado demanda”[1], es decir, a partir de que uno ofrece, se genera demanda, para luego, en una situación ideal, que esa demanda devenga en un deseo y con ello la aparición de un sujeto.

  Podríamos utilizar para describir la posición del AT aquel neologismo que utilizó Lacan en algún momento para describir al inconsciente y al objeto a: extimo, una mezcla entre lo más externo y lo más íntimo de un sujeto. Esto último plantea una de las posiciones posibles del acompañante, la de hacer semblante de objeto a, que es un puro vacío, una posición que cause al sujeto. Pero ¿qué sucede con esta posición en el caso de acompañamientos con sujetos de estructura psicótica? Siguiendo a Lacan, quien en el “Pequeño discurso a los psiquiatras “(7) afirma que el psicótico es causa de si, tiene el objeto en el bolsillo, entonces podríamos cuestionarnos ¿qué se ofrece allí? Tal como dije antes, se ofrece desde el semblante un lugar vacío, un vacío que puede alojar algo del sujeto.
  Sin embargo, en un primer momento, el AT es colocado por el paciente en una posición de “semejante”, de “par” o de “amigo”, es decir, dentro del eje imaginario (a-a’). Estamos suficientemente advertidos sobre la rivalidad y agresividad que puede producir este lugar para dos. Entonces, ¿cómo se produciría el pasaje de esta a la posición antes enunciada? A modo de una posible maniobra para despegarse de ese lugar complejo, es la introducción de un lugar tercero (la apelación a una terceridad (A) bajo la forma de lo institucional), tomando la forma de recurrir a lo simbólico, que pueda mediar y evacuar transferencias masivas, borrando esa simetría. Por esta razón, es importante para el AT saber que no es eso, aunque pueda hacer un “como si” de ello.


Repetición del encuadre o, mejor aún, encuadre de la repetición


  Llamo así a una de las maniobras que establezco como fundamental en esta práctica: es la construcción o el armado de una escena, de un encuadre en sentido simbólico, que a pesar que se haga “siempre lo mismo” y que por momentos resulte tedioso, creo imprescindible sostener y confiar que esta escena apacigua, pacifica y hace de borde allí, donde muchas veces no lo hay.
  De esta forma, por ejemplo, se desarrollaron los primeros encuentros con Jeremías estableciendo como actividad, la misma actividad, para cada uno de los encuentros. En esta línea, el AT se sitúa como una barrera de contención, poniendo su presencia, su cuerpo, al servicio de hacer de borde y a ser usado para que algo, por más que se repita, pueda llegar a producir una diferencia. Entonces, en este sentido, no es por el lado de qué, sino por el del cómo hacer que opera el acompañante, la utilización de las actividades lúdicas, el dibujo y otras, es para forjar un vínculo transferencial, un vínculo de confianza y, a partir de ello, poder intervenir y poder operar.

 Posibilidad de intervenir

  En cuanto a las intervenciones, tienen cierta estructura de lo inédito, de lo inesperado. Por supuesto, esto conlleva a que haya una marca subjetiva de quien las realiza, una especie de atravesamiento y un abandono de la posición de saber, siguiendo a Freud, per se no hay buenas y malas intervenciones, la intervención se mide por las consecuencias. Con esto podemos entrar en el terreno de que las intervenciones no van a ser “mejores” por estar más pensadas, no hay que buscar hacer intervenciones inolvidables, ellas se dan con muy poca frecuencia, sino todo lo contrario, a veces una intervención inesperada puede producir un vuelco, por ejemplo: en un encuentro con Pedro, en el que se hallaba muy desorganizado y teniendo continuamente pasajes al acto (rompiendo objetos, pegándole a la madre, etc.), presenciando esa escena obscena (un niño pegándole a la madre y esta no haciendo nada para impedirlo) y no haciéndome cómplice ni destinatario de ella, me aparté. Luego, viendo que Pedro salía de darse una ducha y continuaba con agresividad le dije “¿qué tal el agua? ¿Estaba mojada?” esto, sin esperarlo, produjo un cambio imprevisto, un vuelco subjetivo, sonrió y me propuso una actividad, abandonando el desborde y el exceso.

  Luego del ejemplo y volviendo a las intervenciones, creo que estas tienen que tener estructura de proposición o de sugerencia (posicionándose el AT como aA, otredad y no AA, Alteridad (8) e ir acompañadas de cierta mostración, apelando al “como si” y a que las palabras vayan acompañadas de un gesto o cierto lenguaje corporal, por ejemplo, ante una situación comprometedora en la que el paciente quiere hacer algo que no está permitido o algo que lo pone en peligro, poder barrarse uno diciendo: “nos vamos a poner en problemas, nos van a retar, a mí me pueden echar, etc.”, acompañado de un gesto de angustia o preocupación. Esta es una estrategia que muchas veces utilizo en los encuentros con Noel, quien, al no estar habituado al CEA en el horario de la tarde, casi pulsionalmente circula por todos los espacios, irrumpiendo e interrumpiendo las actividades, generalmente esto acota, sumado al intento de introducir una pausa, una demora en su proceder.
  Creo que el límite o el decir que no dependen de que estos se hallen construidos, lo que no siempre sucede ya que estos tienen estructura de fort-da, diferenciación entre el adentro y el afuera, la presencia y la ausencia, de esta manera, un “no” puede tener estructura de puro capricho y no poder operativizarse como límite, produciendo un revés transferencial o una situación difícil de remontar.
  En cuanto a la angustia, es algo que se produce muchas veces, ante la psicosis “estamos a justo título angustiados” (9) por supuesto que uno puede angustiarse, pero lo que no se puede hacer es intervenir desde la angustia, esto no suele conducir a buen puerto.

  Más allá de las características propias de cada caso y de cuál sea la demanda por lo que uno es convocado y, a estar in situ, siendo testigo o soporte de lo que acontece, el acompañante deberá hacer algo con eso, deberá tener un deseo que no sea anónimo, una responsabilidad ética con respecto a lo que de esta clínica, lo causa.




1-     Lacan, Jacques, El Seminario, Libro 23: El Sinthome, Buenos Aires, Paidós, 2006.
2-     Freud, Sigmund, “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia”. En Obras completas, tomo XII, AE, 1979.
3-     Benítez, Bibiana, “La internación como intervención”. En Hojas Clínicas Nº 5, Buenos Aires, JVE Editores, 2002.
4-     Lacan, Jacques, “Los tiempos lógicos y el aserto de certidumbre anticipada”. En Escritos 1, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005.
5-     Esqué, Xavier: El síntoma al final del análisis se hace practicable, Barcelona, Freudiana, 2004.
6-     Lacan, Jacques, “La dirección de la cura y los principios de su poder”. En Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005.
7-     Lacan, Jacques, “Breve discurso a los psiquiatras”. Inédito.
8-     Soler, Colette, “¿Qué lugar para el analista?”. En Estudios sobre las psicosis, Buenos Aires, Ed. Manantial, 1989.
9-     Lacan, Jacques, “Breve discurso a los psiquiatras”. Inédito.



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